lunes, 26 de mayo de 2014

Pagar por nuestro arte

Quien algo quiere, algo le cuesta. Desde 2012, concretamente, las personas que quieren visitar el interior de la Catedral de León tienen que abonar una cantidad de 5 euros. Esta medida, ya implantada en muchos países europeos, se impuso con la intención de que el Cabildo del edificio recaudara la cifra de 800.000 euros anuales, destinados principalmente a la restauración de la catedral. Además de la entrada individual se establecieron otras modalidades para entrar en el templo; los jubilados, los estudiantes y los grupos de más de cuatro personas tienen que abonar una tarifa más reducida para disfrutar del edificio.
Ante esta medida las reacciones de los ciudadanos no se hicieron esperar; unos comprendían la decisión de tener que pagar entrada mientras que, como era lógico y de esperar, otros se mostraban más reacios a la hora de tener que abonarla cuantía. Y es que en época de crisis a la gente le cuesta todavía más sacar la cartera, aunque sea para visitar un edificio declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad como es la Pulchra Leonina.
No solo la catedral de León, si no que muchos templos de España decidieron adoptar el modelo europeo de cobrar por las visitas. Y es algo lógico, ya que el dinero está destinado al mantenimiento del edificio, incluyendo la limpieza, seguridad, calefacción, intervenciones puntuales y, por ejemplo, a la restauración de las vidrieras, la característica que los visitantes más admiran del edificio. De hecho, en algunas catedrales, las visitas destinadas al culto siguen siendo gratuitas, obteniendo el dinero tan solo por las visitas guiadas. Las catedrales de Jaén y Salamanca cobran la misma cuota, 5 euros, por visitar los edificios, mientras que las de Barcelona, Burgos, Sevilla y Toledo recaudan 6, 7, 8 y 11 euros, respectivamente. ¿Por qué no pagar cierta cantidad de dinero para ver los edificios más impresionantes y con más historia de nuestra geografía?  ¿Por qué no apoyar nuestro patrimonio artístico?
Vivimos en una sociedad en la que, lógicamente,  todos nos lanzamos a lo gratuito. Sí, es cierto que vivimos tiempos difíciles y dominados por la crisis, esa palabra tan temida que llevamos oyendo tantos años por la radio, por la tele y por la calle. Pero al igual que pagamos por un paquete de tabaco o por beber un par de copas un sábado por la noche, deberíamos estar más dispuestos a pagar un precio por nuestro arte. En otros ámbitos los precios que se imponen son claramente abusivos, como los casi ocho euros que hay que pagar si queremos ver una película en el cine. Esto es, sin duda, una de las causas por las que existe un alto índice de piratería en España y no la falta de calidad en el cine español, tal y como afirmó hace unos meses el ministro de Hacienda y Administraciones Públicas.
Muchas veces admiramos el patrimonio que tienen países extranjeros, pero desconocemos la riqueza cultural que tenemos en el nuestro. Y pagar un precio razonable para contribuir en el mantenimiento de nuestro arte debería ser un placer.

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